(…) Se puso de moda entre la aristocracia francesa adornarse el rostro con lunares postizos de seda o raso a partir del s. XVI. Diversas enfermedades –entre ellas la viruela, que asoló Europa del s. XVII– desfiguraban el rostro de las mujeres con marcas y cicatrices que conseguían ocultar pegándose estéticas manchas a modo de parches. Y no solo los típicos círculos, sino que se fueron imponiendo todo tipo de figuras, de variopintos colores y tamaños, que se adherían en la cara y el cuello: corazones, tréboles, lunas, estrellas, figuras geométricas… Eran tantas –había damas que lucían una docena o más– y tan variadas que se creó una especie de lenguaje secreto, según el lugar en que se colocaran. (…) Este hábito se convirtió a la postre en un auténtico código de coqueteo. Una manchita en la mejilla derecha significaba que la dama tenía marido, mientras que si estaba prometida, la lucía en la izquierda. Sobre los labios, también a la izquierda, significaba deseo de flirtear, mientras que junto al ojo, proponía un romance apasionado. Los lunares –en francés mouches, ‘moscas’– se llevaban en cajitas provistas de un pequeño espejo, y como eran de quita y pon podían enviarse distintos mensajes dependiendo del destinatario. (…)
Muy Interesante, número 441, febrero de 2018